“La mañana siguiente al cuarto cumpleaños de mi hija, me
despertó un batazo en la cara.” Éste es el desgarrador comienzo de una historia
que retrata uno de los demonios más aterradores del hombre: las piñatas.
Hace algunos años descubrí la joyita Down With Pinatas o “Mueran las piñatas”, dedicada a la obsesión de
un hombre que encuentra la raíz de todos los males en animalitos coloridos
de papel maché. El blog es una fuente
magnífica de humor involuntario que cuesta trabajo creer como real. Sin
embargo, el giro racista de sus actualizaciones confirmó que alguien ha descubierto, muy en serio, el origen de
nuestras distorsiones.
Debo confesar que nunca me gustaron las piñatas. O mejor
dicho, el protocolo que las rodea. El cántaro era muy duro y lastimaba mis manitas.
La caída de dulces me exponía a perder un ojo o a ser empujada sin piedad al
suelo por semejantes desesperados en busca de azúcar. Pero lo peor era la
ceguera que me hacía vulnerable al escarnio. Una vez estuve segura de haber
superado mi trauma piñatero con una paliza incesante, antes de darme cuenta de que
en realidad estaba apaleando un árbol que, para incrementar mi humillación, no
sufrió ni un rasguño.
Las piñatas se reivindicaron para mí cuando las percibí como
objeto cultural. Existe una explicación compleja detrás de la tradición que,
por sus tintes religiosos, me da flojera recapitular. Lo importante es que su
potencial creativo ha permitido posibilidades lúdicas y recreativas. He
presenciado la creación de piñatas que poco le piden a obra de arte cualquiera.
Sin embargo, mi opinión positiva, de por sí vacilante, puede
anularse por completo ante algunas escalofriantes estadísticas, recogidas por el activismo responsable del mencionado sitio:
·
Desde 1992, la Sociedad Humana del Departamento
de Pesca y Juego (¿? ahí estoy Lost in Translation) ha documentado 480 mil incidentes de violencia contra los
animales relacionada con las piñatas.
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La mayoría de los ataques vinculados a las
piñatas ocurren dentro de las primeras 48 horas posteriores a la asistencia de
un niño a una fiesta con piñatas.
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La edad promedio de un perpetrador de violencia
provocada por las piñatas: ocho años.
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Cerca de 75 por ciento de los criminales violentos
en las prisiones de California han participado de manera activa en la masacre
de una piñata.
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Un estimado de 60 mil adultos serán atacados por
sus hijos con un bate o palo después de una piñata en este año.
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A pesar de la clara conexión entre las piñatas y
el comportamiento violento, las escuelas públicas de California siguen
incluyéndolas en las festividades escolares.
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Es diez veces más posible ser víctima de
violencia relacionada con las piñatas que de un ataque terrorista.
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Leyes contra las piñatas han sido propuestas en
32 estados de la Unión Americana. Hasta ahora ninguna ha pasado porque los
legisladores minimizan los riesgos.
Con datos tan contundentes, ahora sé que las piñatas son un peligro para México. ¿Cuántos adultos vamos por ahí, asaltados por niños de ocho años con palos, sin darnos cuenta de que el origen del problema son las piñatas?